Las redes sociales responden a un diseño industrial de manejo de la información, que privilegia la cantidad y la velocidad de “transmisión” de esta, por sobre la calidad, diseño que se alinea a los principios de eficiencia del cerebro. No obstante, estas no son las condiciones que el cerebro requiere para procesar los fragmentos de información que recoge y convertirlos en conocimiento, estimulando un pensamiento profundo y crítico. La evidencia es abundante: la forma en que navegamos por las redes fomenta un pensamiento superficial, y no promueve el pensamiento conceptual. Paradójicamente, los medios digitales, fuentes vastas de información, no nos están ayudando a conocer más o mejor.




 

Recordemos que las redes sociales fueron creadas para conversaciones superficiales, sin embargo, hoy, por una mezcla de “pereza personal y manipulación empresarial”, se han convertido en el espacio para el debate público de todos los temas, sustanciales o banales. Políticos, agencias publicitarias (incluyendo las redes), y cualquier grupo interesado en promover su agenda particular, aprovechan este diseño para exaltar “la emoción sobre la razón y el pensamiento grupal por encima del crítico” (de nuevo Carr). Así, las redes actualmente son un fecundo (y barato) medio de propaganda y desinformación.




 



Las tecnologías no tienen vuelta atrás en la sociedad, y sin duda han demostrado su enorme potencial, pero es fundamental entender a qué nos enfrentamos, para orientar el uso adecuado de estas poderosas herramientas. La gente más joven es especialmente vulnerable pues aún no ha terminado de desarrollar su pensamiento crítico y las herramientas de la lógica para discernir. Incluso la población adulta debe ser guiada hacia un uso de las tecnologías que estimule la construcción de conocimiento y disminuya el riesgo de manipulación.